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Bernini colonnade

Inclusión y Exclusión

February 17, 2023

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Me gustaría retomar a partir de un artículo anterior que escribí sobre los términos “inclusividad” y “acogida”, que han llegado a dominar la conversación Católica en vísperas del Sínodo sobre la Sinodalidad. Muchas voces de todas partes del mundo están clamando por una mayor inclusión en la Iglesia y están calificando a los líderes de la Iglesia por mantener, aparentemente, estructuras de exclusión. Una primera dificultad con esto, he sostenido, es que se contrapone con el ejemplo de Jesús mismo, quien fue, a todas luces, radical en su acogedor compromiso con todos, pero al mismo tiempo, igualmente radical en su exigencia de conversión. Jesús nunca le ofreció a nadie acogida sin más; siempre lo llamó al duro trabajo del verdadero discipulado.  

Un segundo problema que me gustaría explorar en este artículo es la inconsistencia lógica que está implícita al tratar a la inclusividad como un valor absoluto. La paradoja es que la inclusión verdadera depende positivamente sobre la exclusión real, y la más mínima reflexión puede aclarar esto. Cuando una persona solicita ser acogida o incluida en un grupo o una sociedad de cualquier tipo, está buscando ingresar a una colectividad con cierta clase de definición. De otra manera, la inclusión perdería todo sentido. Pero hablar de definición es hablar de límites, bordes, de carácter distintivo, y una lógica peculiar que la estructura. 

Así, la Sociedad Abraham Lincoln está formada por aquellos que tienen un afecto y/o un profundo interés por la vida y logros de Abraham Lincoln. Por su misma naturaleza, excluirá a todo el que no esté interesado en Lincoln o esté deseoso de socavar el estudio del decimosexto presidente norteamericano. Por lo tanto, si una persona con una intensa pasión por Lincoln se presentara para ser admitida como miembro pero se le dijera que sería excluida por su género, podríamos reprender apropiadamente a la Sociedad Lincoln por ser injustamente excluyente. Pero si a alguien, sin interés alguno en Lincoln, se le informara diplomáticamente que no sería aceptado en el grupo y luego se quejara de la injusticia que se le hizo, tendríamos poca solidaridad con él. El primer aspirante estaba buscando adaptarse a la lógica interna de la sociedad, pero el segundo aspirante, no.   

Todos son bienvenidos en la Iglesia, pero en los términos de Cristo, no en los propios.

O para tomar otro ejemplo, la Orquesta Sinfónica de Chicago es una sociedad extremadamente excluyente, constituida por algunos de los mejores instrumentistas del planeta. Los que tocan para la Sinfónica de Chicago han atravesado una serie de concursos intensamente competitivos desde que eran niños. Ejércitos de concertistas han sido excluidos durante todo el recorrido para que ellos ocupen las sillas que tienen en la orquesta, y esta elevada exclusividad es lo que la hace lo que es. Supongan que un joven flautista afroamericano en extremo talentoso buscara ser incluido en la Sinfónica de Chicago. Supongan además que ha ejecutado de modo magnífico en su audición y que tuviera recomendaciones brillantes de otros concertistas de élite. Supongan luego que fue excluido en razón de su raza. El país entero, con absoluta justificación, se levantaría en protesta ante tamaña injusticia. 

La razón de la manifestación sería, por supuesto, que el joven buscó legítimamente su inclusión de acuerdo a la lógica definida por la orquesta, y su raza nunca debería haberse considerado. Pero supongan ahora que alguien que apenas pudiera tocar un simple tono en la flauta estuviera aplicando para su admisión en la Orquesta de Chicago. Sería, naturalmente, rechazado. Y supongan luego que, como consecuencia de su rechazo, fuera a quejarse escandalosamente de que la Sinfónica es una organización elitista signada por estructuras de exclusividad. Me imagino que el país entero se reiría o bostezaría, porque estaría tratando a este conjunto de primera clase como si no tuviera cualidades que lo definen o expectativas no legítimas para aquellos que participan en él.

Ahora bien, podemos asegurar que estas dos analogías son débiles, pero algo al menos similar se sigue al acoger a alguien a la vida de la Iglesia. La invitación de Cristo es para todos. Punto. Negro, blanco, varón, mujer, gay, heterosexual, transgénero, fascista, comunista —sea quien seas— eres bienvenido. Los brazos de la Iglesia, como los brazos de la Columnata de Bernini fuera de la Basílica de San Pedro, van a tu encuentro. Pero eres invitado, no a una colectividad amorfa, sino a una comunidad definida, a una familia con una estructura moral y legal, al cuerpo místico de Cristo. Si dijeras, por el contrario, “Exijo ser incluido, pero no tengo interés en adaptarme a las exigencias de Cristo, a las enseñanzas de la Iglesia, a las expectativas de la comunidad”, te colocarías en una posición insostenible.

Es precisamente la tensión dinámica entre inclusión y exclusión la que, me temo, es a menudo pasada por alto en la palabra, algunas veces usada con excesivo entusiasmo, “acoger”. Quisiera concluir con una frase del Cardenal Francis George que en verdad no puede ser mejor aplicada que aquí, como resumen de lo que he estado argumentando: “Todos son bienvenidos en la Iglesia, pero en los términos de Cristo, no en los propios”.