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outreached hands

Inclusividad y Amor

January 27, 2023

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La otra noche tuve el privilegio de participar de una de las sesiones de escucha de la fase continental del proceso Sinodal. La base de nuestra conversación fue un largo documento producido por el Vaticano luego de haber compilado datos y testimonios de todo el mundo Católico. Mientras estuve estudiando y hablando sobre la sinodalidad, disfruté muchísimo del intercambio de puntos de vista. Pero me encontré cada vez más incómodo con dos palabras que aparecen preponderantemente en el documento y eso dominó gran parte de nuestra conversación —en concreto, “inclusividad” y “acogida”.

Una y otra vez escuchamos que la Iglesia debe convertirse en un sitio más inclusivo y acogedor para una variedad de grupos: las mujeres, la gente LGBT+, los divorciados y vueltos a casar civilmente, etc. Pero todavía tengo que hallar una definición precisa de cada término. ¿Cómo luciría exactamente una Iglesia acogedora e inclusiva? ¿Extendería siempre sus brazos a todos en un espíritu de invitación? Si es así, la respuesta parece ser, obviamente, que sí. ¿Trataría siempre a todos, sin importar su contexto, etnia, o sexualidad, con respecto y dignidad? Si es así, la respuesta es sí. ¿Escucharía una Iglesia así con atención pastoral las preocupaciones de todos? Si es así, afirmativo. Pero, ¿una Iglesia que exhibiera estas cualidades nunca plantearía un desafío moral a aquellos que buscaran ingresar? ¿Ratificaría la conducta y elección de estilo de vida de cualquiera que se presentara para su admisión? ¿Abandonaría efectivamente su propia identidad y lógica que la constituye para admitir a cualquiera y a todos los que se presentaran? Espero que sea igualmente evidente que la respuesta a todas esas preguntas es un resonante no. La ambigüedad de los términos es un problema que podría socavar gran parte del proceso Sinodal.

. . . esta inclusividad del Señor era acompañada inequívoca y constantemente por su llamado a la conversión.

A fin de zanjar esta cuestión, sugeriría que no miremos tanto a la cultura que nos rodea en la actualidad sino a Cristo Jesús. Su actitud de radical bienvenida no se muestra con mayor claridad en ninguna parte que en su mesa abierta de amistad, esto es decir, en su práctica constante —en el extremo contracultural— de comer y beber no sólo con los justos sino también con los pecadores, los Fariseos, los recaudadores de impuestos y las prostitutas. Jesús incluso comparó estas comidas de sagrada hermandad con el banquete celestial. A lo largo de su ministerio público, Jesús extendió sus brazos a aquellos que eran considerados impuros o malvados: la mujer samaritana, el ciego de nacimiento, Zaqueo, la mujer sorprendida en adulterio, el ladrón crucificado a su lado, etc. Así que no hay ninguna duda de que fue hospitalario, gentil, y sí, acogedor con todos. 

De la misma manera, esta inclusividad del Señor era acompañada inequívoca y constantemente por su llamado a la conversión. De hecho, la primera palabra que sale de la boca de Jesús en su discurso inaugural en el Evangelio de Marcos nos es “¡Bienvenidos!” sino que es “¡Arrepiéntanse!”. A la mujer sorprendida en adulterio le dice, “Ve y en adelante no peques más”; luego de encontrarse con el Señor, Zaqueo prometió cambiar sus costumbres pecaminosas y compensar profusamente por sus fechorías; en la presencia de Jesús, el buen ladrón reconoció su propia culpa; y el Cristo resucitado fuerza al jefe de los Apóstoles que lo había negado tres veces, a que confirme su amor tres veces. 

En una palabra, existe un notable balance en el alcance pastoral de Jesús entre acogida y desafío, entre participación y llamado a cambiar. Es por esta razón que caracterizaría a este abordaje no simplemente como “inclusivo” o “acogedor”, sino más bien como amoroso. Tomás de Aquino nos recuerda que amar es “desear el bien del otro”. En consecuencia, alguien que de verdad ama a otro se acerca a él con amabilidad, eso es seguro, pero al mismo tiempo no duda de, cuando es necesario, corregir, advertir, incluso juzgar. Mi mentor, el Cardenal Francis George, fue interpelado sobre la razón por la que no le gustaba el sentimiento detrás de la canción “Todos son bienvenidos”. Respondió que pasaba por alto el simple hecho que, aunque todos son bienvenidos en la Iglesia, eso sucede “en los términos de Cristo, no en los propios”. 

Una preocupación general que tengo, muy relacionada al uso constante de los términos “acogida” e “inclusividad” es el triunfo de la argumentación doctrinal, antropológica y auténticamente teológica basada en sentimientos, o para expresarlo un poquito diferente, la tendencia a psicologizar los asuntos en consideración. La Iglesia no prohíbe los actos homosexuales porque tiene una aprensión irracional hacia los homosexuales; tampoco niega la comunión a aquellos que están en situaciones matrimoniales irregulares porque se divierte siendo exclusiva; ni tampoco rechaza la ordenación de mujeres porque los cascarrabias hombres en el poder no toleran a las mujeres. Para cada una de esas posiciones articula argumentos basados en las Escrituras, filosofía y la tradición teológica, y cada una ha sido ratificada por la enseñanza autorizada de los obispos en comunión con el papa. Poner en duda todas estas enseñanzas establecidas porque no se corresponden con los cánones de nuestra cultura contemporánea sería colocar a la Iglesia en una verdadera crisis. Y sinceramente no creo que esta agitación de los cimientos sea lo que el Papa Francisco tenía en mente cuando convocó a un sínodo sobre la sinodalidad.