La semana pasada, me reuní con los decanos de nuestra diócesis para conversar una serie de temas, siendo el más importante el proceso de fusión en marcha de algunas de nuestras parroquias y reorganización de otras en grupos. Estos movimientos, que se han estado sucediendo durante los últimos años, son necesarios por varios factores: el decreciente número de sacerdotes, desplazamientos demográficos en nuestras ciudades y pueblos, apremios económicos, etc. Aun cuando manifesté mi aprobación para algunos de estos cambios, les dije a los decanos que, por cada estrategia de consolidación, quería también una estrategia de crecimiento.
Simplemente me rehúso a aceptar la proposición de que yo, o cualquier otro obispo, debería presidir la declinación de nuestras iglesias. Por su misma naturaleza, el Cristianismo es centrífugo, tiende hacia afuera, es universal en su propósito y alcance. Jesús no dijo, “Prediquen el Evangelio a un puñado de sus amigos”, o “Proclamen la Buena Noticia a su propia cultura”. En cambio, dijo a sus discípulos: “Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 18-19). También los instruyó a sus seguidores que las puertas mismas del infierno no prevalecerían contra la Iglesia combativa que había establecido. Por lo tanto, mantener las cosas tal como están, o administrar la declinación, o mantenerse a flote, no es en absoluto lo que Jesús quiere o espera de nosotros.
Permítanme decir, antes que nada, que la expansión de nuestra Iglesia no es de ninguna manera responsabilidad absoluta de obispos y sacerdotes. El Vaticano II enseña claramente, que todo Católico bautizado tiene el encargo de ser un evangelizador; así que estamos todos juntos en esto. Por tanto, ¿cuáles son algunas de las estrategias de crecimiento que puede emplear cualquier Católico? Una primera que me gustaría enfatizar es esta: toda familia que viene regularmente a Misa debería hacer propia la responsabilidad evangelizadora de traer a otra familia a Misa el año próximo. Todo fiel que asiste a Misa, que esté leyendo estas palabras, conoce gente que debería estar yendo a Misa y no lo hace. Podrían ser sus propios hijos o nietos. Podrían ser sus compañeros de trabajo que una vez fueron ardientes Católicos y que simplemente se alejaron de la práctica de la fe, o tal vez personas que están enojadas con la Iglesia. Identifiquen estas ovejas errantes y que traerlas de regreso a Misa sea su desafío evangelizador. Si todos hacemos esto exitosamente, duplicaremos el tamaño de nuestras parroquias en un año.
Una segunda recomendación es rezar por la expansión de la Iglesia. De acuerdo a las Escrituras, nunca nada grande se logró sin recurrir a la oración. Así que pidan al Señor, insistentemente, fervientemente, incluso testarudamente, para que traiga de regreso a su oveja perdida. Tal como le tenemos que rogar al dueño de la mies que envíe obreros para la cosecha, así tenemos que rogarle para que haga crecer el rebaño. Animaría a los ancianos y a los que están recluidos, y que pertenecen a una parroquia, que tomen esta tarea específica. Y les pediría a aquellos que participan regularmente de la Adoración Eucarística, que utilicen quince o treinta minutos diarios pidiendo al Señor por este favor específico. O sugeriría a los que organizan las liturgias que incluyan peticiones por el crecimiento de la parroquia en la plegaria de los fieles en la Misa del domingo.
Una tercera obligación es invitar a los que están en la búsqueda, a formular sus preguntas. Sé por un montón de experiencias concretas de los últimos veinte años, que muchos jóvenes, incluso aquellos que afirman ser hostiles a la fe, están profundamente interesados en la religión. Como Herodes escuchando la predicación de Juan el Bautista en prisión, incluso los aparentemente antirreligiosos navegarán en sitios web religiosos y prestarán atención cuidadosamente a lo que se está conversando. Así que pregunten a aquellos que se han desafiliado por qué no vienen más a Misa. Se sorprenderán cuán predispuestos están a responderles. Pero luego, deben seguir la recomendación de San Pedro: “Estén siempre dispuestos a defenderse delante de cualquiera que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen” (1 Pe 3, 15). En otras palabras, si provocan las preguntas, mejor que estén listos para dar algunas respuestas. Esto significa que tienen que ponerse al día con su teología, su apologética, sus Escrituras, su filosofía y su historia de la Iglesia. Si eso les suena abrumador, recuerden que los últimos veinticinco años aproximadamente ha habido una explosión de literatura justo en estas áreas, enfocándose precisamente en la clase de cuestiones que los jóvenes que buscan tienden a preguntar –y la mayoría de eso está listo y disponible en internet.
Una cuarta y última sugerencia que haría es sencillamente la siguiente: sean amables. Sherry Waddell, cuyo libro Formación de Discípulos Intencionales se ha convertido en un clásico en el campo de la evangelización, dice que un primer paso crucial para traer alguien a la fe es el establecimiento de confianza. Si alguien piensa que eres una persona buena y decente, es mucho más probable que te escuche hablar de tu fe. ¿Podría serles franco? Incluso hasta un vistazo casual en las redes sociales Católicas revela una plétora de conductas detestables. Muchos, muchísimos parecen decididos a proclamar su propia corrección, centrándose en temas pequeños que son ininteligibles e irrelevantes para la mayoría de la gente. Un colega mío relató que en su conversación con los que están distanciados y desafiliados, lo que los mantiene lejos de la Iglesia es su experiencia de lo que describen como la mezquindad de los creyentes. Así que, tanto en internet como en la vida real, sean amables. Nadie estará interesado en escuchar sobre la vida de fe de personas amargadas e infelices.
Tenemos entonces nuestras órdenes de marcha: proclamen al Señor Jesucristo a todas las naciones. Comencemos con nuestras propias parroquias, nuestras propias familias. Y nunca nos conformemos con mantener las cosas como están.