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Cristianos Provida: Ahora es el Momento de Gritar a los Cuatro Vientos

January 23, 2024

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Este artículo fue adaptado de la homilía del Obispo Barron para el Domingo Respetemos la Vida de 2024.

El magnífico libro de Tom Holland, Dominio, desarrolla en detalle lo que resulta ser una proposición muy simple —esto es, que el Cristianismo es responsable de muchos de los valores centrales que damos por ciertos y que asumimos como universales. De hecho, él asevera que nuestra insistencia en la dignidad del individuo, los derechos humanos fundamentales, el principio de igualdad y tal vez, por encima de todo, que los pobres, los marginados y los victimizados deben ser queridos especialmente, derivan de convicciones Cristianas básicas. 

Lo que motivó inicialmente a Holland a investigar esta afirmación fue su amplio trabajo sobre la antigua Roma. Cuanto más profundizaba en la sociedad romana, y por extraño que parecía, menos se semejaba a nuestro tiempo actual. Y cuanto más estudiaba a los grandes héroes de Roma, se mostraban más extraños y moralmente complicados. Para dar solo un ejemplo entre muchos, insta a considerar a la personalidad tal vez más impresionante de la antigua Roma, Julio César. Ansioso de engrandecer su reputación política, César se embarcó en una campaña militar en la Galia (la Francia actual). Su éxito notable para subyugar este territorio y convertirlo en una provincia romana lo cubrió de gloria y se transformó en el tema de su libro La Guerra de las Galias, el cual se lee hasta el presente. Pero lo que no se destaca comúnmente es el hecho asombroso de que en esta conquista César mató, en estimaciones conservadoras, un millón de personas y esclavizó aproximadamente a otro millón. Ahora bien, César tenía una gran cantidad de enemigos en Roma que sospechaban de su lujuria por el poder real. Pero lo que Holland encuentra fascinante es que ninguno de sus oponentes se escandalizara de su embestida asesina sobre la Galia. De hecho, todo Roma lo elogiaba por eso. Surge entonces la cuestión: ¿Por qué se consideraría hoy un canalla a alguien que mató y esclavizó a esa escala masiva mientras que lo más selecto y brillante de la sociedad romana consideraba a César un héroe? La respuesta es, en una palabra, Cristianismo.     

Los creyentes han sido intimidados para callar, bajo la insinuación de que la religión es un asunto privado.

Lo que los Cristianos llevaron a la cultura romana fue la creencia en el único Dios que creó a todo ser humano a su imagen y semejanza y que por tanto lo dotó de derechos, libertad y dignidad. Más aun, los Cristianos enseñaban que el Dios Creador se convirtió en humano y fue voluntariamente hasta los límites mismos del sufrimiento y la degradación, según palabras de San Pablo, “aceptando incluso la muerte, una muerte de cruz”. Proclamaron un salvador que fue víctima de la tiranía romana y al cual Dios resucitó de la muerte. Y a partir de esta proclamación, trasladaron a todos los sometidos, todos los victimizados, todos los débiles y olvidados desde los márgenes al centro. Estas creencias fueron, por supuesto, inicialmente consideradas absurdas, y los primeros Cristianos fueron perseguidos brutalmente por ellas. Pero a través del tiempo y del testimonio y ejemplo de gente valiente, estas creencias inundaron el tejido de la sociedad occidental. Tan hondo penetraron nuestra conciencia, ha argumentado Holland, que llegamos a darlas por ciertas y confundirlas con valores humanísticos generales. 

¿Por qué todo esto es importante para nosotros hoy? Vivimos en un tiempo en que la fe Cristiana es denigrada con bastante regularidad por los que están en los escalones más altos de la elite social, en las universidades y en los medios. Más aún, ejércitos de personas, especialmente los jóvenes, se están desafiliando de las iglesias y abandonan los rituales y prácticas religiosas. Podrían pensar que esto es bastante inocuo o incluso una de las ventajas de una sociedad que alcanza la madurez a través de la secularización. Piénsenlo nuevamente. Mientras la fe y la práctica Cristiana se evanecen, los valores inculcados por el Cristianismo en nuestra cultura se evanecen también. Las flores cortadas podrán verse bien por un tiempo pero una vez que han sido arrancadas del suelo y colocadas en agua, se marchitarán muy pronto. Nos engañamos a nosotros mismos si creemos que los valores que el Cristianismo infundió en nosotros sobrevivirán la destrucción del Cristianismo mismo.

Abundan de hecho los signos del emerger de un neopaganismo. En muchos estados del país, lo mismo que en Canadá y muchos países europeos, domina un régimen de eutanasia. Cuando los ancianos o los enfermos se transforman en inconvenientes, pueden y deben ser eliminados. Y, por supuesto, en la mayoría de los países de occidente, cuando un niño en el vientre es considerado un problema, él o ella puede ser abortado a cualquier altura del embarazo, hasta el momento del nacimiento. En Minnesota, que es el estado en el que vivo, se ha elevado una propuesta para consagrar este “derecho” al asesinato del no nacido en la constitución. Qué parecido es esto, ya que estamos, a la práctica de la antigua Roma de exponer a los recién nacidos no deseados al clima y a los animales. Y qué fascinante, a la luz del análisis de Tom Holland, que los primeros Cristianos captaron la atención de la cultura romana que los rodeaba precisamente por el deseo de rescatar y adoptar a estos bebés abandonados.

Así que, ¿Qué se necesita hacer? Los Cristianos deben elevar sus voces en protesta contra la cultura de la muerte. Y lo deben hacer afirmando y proclamando públicamente los valores que vienen de su fe. Por mucho tiempo los creyentes han sido intimidados para callar, bajo la insinuación de que la religión es un asunto “privado”. Tonterías. Los valores Cristianos han fundamentado nuestra sociedad desde el comienzo y han provisto el marco de coherencia moral que la mayoría de nosotros todavía damos por cierto. No es tiempo ahora para quietud. Es tiempo para que nosotros expresemos en voz alta nuestras convicciones a los cuatro vientos.