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Comunidad, Solidaridad y los Discapacitados

September 13, 2023

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Comenzó la escuela para mi hijo de quince años, y no podría estar más feliz. Su escuela está a unos treinta y cinco minutos de casa, y, por desgracia, todos sus amigos viven del lado opuesto al nuestro respecto a la escuela. Su clase es un grupo muy unido, por lo cual hace largos viajes y a menudo tarde desde y hacia sus hogares para juntarse en el fin de semana o después de clases. Los horarios de verano han ocasionado que esas reuniones sean más difíciles e infrecuentes, con lo cual la mayoría de sus encuentros han sido virtuales. Mi hijo –a diferencia de sus padres—está encantado de regresar a la rutina de la escuela, incluso con el largo viaje doble diario. 

William es el más pequeño de siete hijos y creció con seis madres: mi esposa y sus cinco hermanas mayores. Fue el príncipe de nuestras hijas, y sus pies rara vez tocaron el piso durante los primeros años de su vida, al menos hasta que creció lo suficiente como para que llevarlo de aquí para allá fuera difícil. William adora a sus amigos y a su familia. Tal vez debido a su crianza rodeado por una casa llena de gente, valora su comunidad. Es importante para él.

Como miembros del Cuerpo de Cristo, la mayoría de nosotros valoramos nuestra comunidad de amigos. Somos gente tribal, después de todo. Dios nos hizo de esta forma. Unos pocos de nosotros somos llamados a ser ermitaños, viviendo en soledad y rezando solos todos los días en una pequeña celda. Pero incluso los monjes Cartujos que eligen esta vida ermitaña se reúnen regularmente para una caminata de tres o cuatro horas (su spatiamentum), durante las cuales pueden hablar libremente entre ellos y fortalecer sus lazos fraternos de amistad. Tienen también momentos de oración comunitaria, donde unen sus corazones, mentes y voces para orar a Dios en alabanza antes de regresar en silencio a sus vidas solitarias.

Quitar la comunidad a los individuos puede ser devastador, tal como todos lo hemos visto con los efectos colaterales del confinamiento pandémico. Durante aquel momento, en que la vida comunitaria y la interacción humana —incluso el asistir a Misa— nos fue quitado, experimentamos un crecimiento empinado de la ansiedad y la depresión, incluyendo el incremento de uso de drogas, autolesiones y suicidio. Como escribió C. S. Lewis cierta vez, “De todas las tiranías, una tiranía ejercida sinceramente por el bien de sus víctimas puede ser la más opresiva”.

La CDC (Centro para el Control y Prevención de Enfermedades) reportó en 2019, que el porcentaje de Norteamericanos que sufren ansiedad osciló entre 7,4% y 8,6%, y la depresión entre 5,9% y 7,5%. Desde abril de 2020 hasta agosto de 2021, el período de la pandemia, esos números subieron de 18,2% a 37,2% de los norteamericanos sufriendo ansiedad y de 20,2% al 31,1% sufriendo depresión. Esas estadísticas son estremecedoras. En una encuesta del otoño de 2022, el 90% de los norteamericanos estuvo de acuerdo que estamos experimentando una crisis de salud mental en los Estados Unidos. La evidencia que nos rodea es innegable.  

Existe una solución para la soledad. ¡Comunidad!

La crisis en la salud mental de la población típica durante la pandemia se ha discutido con frecuencia y ha sido bien documentada. Existe, sin embargo, otro grupo para el cual el aislamiento y sus consecuencias son la norma pero son una discusión poco frecuente. Este es el de las personas que sufren discapacidad intelectual y de desarrollo.

En los Países Bajos, donde la eutanasia es legal desde 2022, se reveló recientemente que algunos individuos que sufren discapacidad intelectual o autismo han solicitado la muerte y cumplen los seis criterios necesarios para que se garantice su deseo. Citando a una revisión de los casos de la Universidad de Kingston, “La única causa de sufrimiento descrita en el 21% de los casos se relacionó a factores asociados directamente con discapacidad intelectual y/o TEA (Trastornos del espectro autista) y fue un factor de gran contribución en un 42% de los casos”. Más aún, y relevante para este tópico, el 77% de esos individuos refirió “soledad y aislamiento social” como la razón de su apelación al gobierno para morir. En un tercio de los casos, los médicos afirmaron que no había posibilidad de mejora en su condición debido a que su discapacidad no era tratable.

Lean por favor las últimas dos oraciones y permitan que la realidad decante por unos momentos.

Un gran porcentaje de estas personas con discapacidad intelectual y autismo querían morir porque estaban solos y aislados, ¡y los doctores del gobierno dijeron que no había chance de mejorar su condición! ¿Acaso no es sorprendentemente obvia la paradoja mortal? Existe una solución para la soledad. ¡Comunidad!

Muchas personas que viven con discapacidades intelectuales y de desarrollo pasan sus vidas sin más comunidad que la familia cercana y cuidadores profesionales. Un estudio encontró que el 61% de las personas incapacitadas están crónicamente solos y un 70% refirieron un incremento significativo de inconvenientes de salud mental como resultado. El estudio también destacó que el aislamiento debido a la forma en que se manejó la pandemia exacerbó su situación, causando que las personas con discapacidad fueran afectadas desproporcionadamente por los confinamientos.

La soledad puede producir consecuencias dañinas. De acuerdo con un estudio de 2015, el aislamiento social puede incrementar la mortalidad en un 29% y la soledad en un 26% dentro de la población general. Un estudio de 2020 sobre los “Efectos del Aislamiento Social y la Soledad en Niños con Trastornos del desarrollo neurológico” mostró que las consecuencias negativas en niños y adultos que sufren estas discapacidades contribuyen significativamente a la ansiedad, depresión y problemas de conducta e impedimentos para el desarrollo socioemocional.

Para la población altamente vulnerable tal como aquellos que sufren discapacidad intelectual o de desarrollo, el rol de la Iglesia de proporcionarles comunidad es notorio. El Cuerpo de Cristo debería brillar en nuestra sociedad, siguiendo el modelo que nos dejó el libro de los Hechos, especialmente en el capítulo 2, como una comunidad principal de sostén a todos sus miembros.

Un principio central de la doctrina social Católica es el de la solidaridad, y la Iglesia presenta a Jesús de Nazaret como la “cumbre insuperable” de este principio. Él es “solidario con la humanidad hasta la ‘muerte de cruz’”, “que se hace cargo de las enfermedades de su pueblo, camina con él, lo salva y lo constituye en la unidad” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 196). No debería haber soledad en el Cuerpo de Cristo, no es “un sentimiento de vaga compasión o de superficial enternecimiento por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de comprometerse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, porque todos somos verdaderamente responsables de todos”. Esas son las palabras de San Juan Pablo II en su encíclica Sollicitudo Rei Socialis (38), en la cual nos anima a asumir responsabilidad por el desarrollo integral de todas las personas.

Sí, todos somos en verdad responsables por todos. Los fuertes por los débiles, y los débiles por los fuertes; los ricos por los pobres y los pobres por los ricos; aquellos fuertes de mente y cuerpo por aquellos que están incapacitados y viceversa. Ese es el modelo de una comunidad que comprende las responsabilidades que Jesús nos ha dado en su Iglesia. Todos sabemos esto intelectualmente. El desafío es vivirlo.

Es fácil para aquellos como mi hijo encontrar apoyo en una comunidad de amigos. No es tan fácil para aquellos que son diferentes –aquellos que sufren discapacidades intelectuales y de desarrollo. 

En espíritu de solidaridad con todos nuestros hermanos y hermanas en Cristo, seamos acogedores, especialmente con aquellos cuyas deficiencias los colocan en los márgenes de nuestras comunidades—y no nos olvidemos tampoco de sus familias. Muchos han manifestado que no se sienten acogidos; de hecho, alrededor de un tercio han dejado su iglesia y se han mudado a otra comunidad de iglesia debido a ello. (El link compartido muestra estadísticas de Iglesias Protestantes, pero nosotros compartimos las mismas experiencias).

Por favor recen por aquellos desafortunados individuos en los Países Bajos, y especialmente por las demás personas de ese país, para que no se encuentren con el mismo destino fatal. Las consecuencias en nuestro país no son las mismas, pero los efectos devastadores de la soledad y el aislamiento son causa de un verdadero sufrimiento. Tal como nos enseñó nuestro querido San Juan Pablo II, “Somos responsables por todos”.