Es agosto, y aunque muchos de nosotros no queremos ni pensarlo, el verano está llegando a su fin. Muchos estudiantes a lo largo del país ya han regresado a la escuela, y las vacaciones de verano son ya un recuerdo feliz pero desteñido.
El comienzo del año escolar es una fuente creciente de ansiedad para muchos. Gente de fe que no pueden costear o que no tiene acceso a una escuela confesional Católica podría estarse preguntando qué nuevos conflictos traerá este año. La muerte progresiva de las escuelas gubernamentales en los Estados Unidos aparece a menudo en las noticias, y los padres están cada vez más al tanto de que encontrar alternativas a esas escuelas es crítico para la educación —y tal vez especialmente para el bienestar psicológico y espiritual— de sus hijos.
A partir de las controversias sobre el sexo y el género biológicos que generan preguntas alarmantes referidas a quién tiene que utilizar cuál baño, los puntos de vista woke en la historia norteamericana, muchas, si no la mayoría, de nuestras escuelas gubernamentales están procediendo a sustituir los valores de los padres y las virtudes tradicionales, como el reemplazo del patriotismo por pedagogías disruptivas alimentadas por el Marxismo, que están comandadas por una agenda subversiva. Los padres están perdiendo el control de la educación de sus hijos. Se los está haciendo a un lado de los temas importantes y críticos, tales como el cuestionamiento de sus hijos acerca de su orientación sexual o “identidad de género”.
Para padres Católicos que tienen hijos con discapacidades intelectuales o de desarrollo, prácticamente no existen programas en escuelas Católicas que puedan atender las necesidades especiales de sus hijos. En 1975, el Congreso de los Estados Unidos aprobó la Ley de Educación para todos los Niños Discapacitados (Education for All Handicapped Children), que fue reautorizada y renombrada en 1990 Ley de Educación para los Individuos con Discapacidad (Individuals with Disabilities Education – IDEA). La ley exige que en las escuelas financiadas por el gobierno los niños con discapacidades tengan acceso a una educación pública gratuita y adecuada en un ambiente lo menos restrictivo posible. Como resultado, más de un tercio de los niños con discapacidades están pasando alrededor del ochenta por ciento de su tiempo escolar en aulas junto a sus pares, en un plan educativo individualizado, con maestros y recursos para asistirlos con sus necesidades especiales de aprendizaje.
Por supuesto, IDEA aplica solo a las escuelas financiadas por el gobierno. Los padres Católicos que quieran tener las mismas oportunidades educativas para sus niños con diferencias de aprendizaje están prácticamente librados a su suerte. En la mayoría de las regiones del país, sus únicas opciones son la educación de sus hijos en casa o inscribirlos en un ambiente educativo público que es cada vez más hostil a sus creencias religiosas. Para la mayoría, esa primera opción no es posible, lo cual deja solo la última.
Este dilema parece entrar en conflicto con lo que afirma la Iglesia sobre la importancia de acogida y apoyo a la gente con discapacidad en nuestras comunidades. El Papa Francisco ha dicho que la inclusión de la gente con discapacidad no puede ser solo un slogan, y los Obispos de los Estados Unidos en su Declaración Pastoral sobre las personas con discapacidad afirmaron que “La defensa al derecho a la vida . . . implica la defensa de otros derechos . . . [incluyendo] el derecho a la igualdad de oportunidades en la educación”. En 2005, líderes de la educación Católica se reunieron para reflexionar sobre el avance de la educación Católica a partir del documento del Vaticano II Gravissimum Educationis, y reafirmaron la declaración de los obispos Católicos Renewing Our Commitment to Catholic Elementary and Secondary Schools in the Third Millennium (Renovación de Nuestro Compromiso con las Escuelas Católicas Primarias y Secundarias en el Tercer Milenio). Acordaron que las escuelas primarias y secundarias “verdaderamente Católicas” deberían mantenerse “disponibles, accesibles y asequibles para todos los padres Católicos y sus hijos” (ver Arzobispo J. Michael Miller, CSB, La Enseñanza de la Santa Sede sobre las Escuelas Católicas).
Los padres que tienen hijos con discapacidades intelectuales y de desarrollo confirmarán que estas y otras declaraciones continúan siendo aspiracionales y en su gran mayoría no se han cumplido. Hay mucho trabajo por hacer.
No quiero dejar la impresión de que no están ocurriendo cosas buenas en ciertas áreas. Un ensayo del 4 de agosto en Our Sunday Visitor expone el desafío y permite vislumbrar los desarrollos positivos que están ocurriendo para apoyar a los niños con discapacidades intelectuales y de desarrollo en las escuelas Católicas. El artículo hace referencia a una estadística del National Catholic Board on Full Inclusion (Consejo Nacional Católico para la Plena Inclusión) que estima que solo el dos por ciento de las escuelas Católicas incluyen estudiantes con discapacidades intelectuales. La Asociación Nacional de Educación Católica reporta que el 6,9% de los estudiantes de escuelas Católicas tiene una discapacidad diagnosticada.
¿Qué deberían hacer entonces las familias que tienen niños con discapacidades intelectuales o de desarrollo si se encuentran en una situación en la cual ya no sienten que puedan dejarlos concurrir a sus escuelas estatales locales?
Lo primero que hay que hacer es rezar. Luego ocuparse y establecer contactos. Hablar con otros y encontrar un grupo de gente que comparta sus mismas preocupaciones. Si usted no se considera un líder capaz de acercarse a un sacerdote para comenzar un programa de inclusión en su escuela parroquial, encuentre a alguien de su grupo que lo sea y agende una reunión con él. Pregúntele qué se necesitaría para establecer un programa de inclusión en su parroquia o escuela diocesana. Tal como lo entienden aquellos que están involucrados con la comunidad de la discapacidad, no existe “el talle único que calza a todos”. El rango de discapacidades y conductas en la comunidad es mucho más amplio que lo que muchos piensan y presenta ciertos desafíos. Sea realista inicialmente sobre lo que es posible.
Los padres que tienen hijos con discapacidad comprenden la importancia de promover apoyos. Pasamos mucho tiempo en nuestras vidas abogando por oportunidades para nuestros hijos. Lean el ensayo al que hice referencia más arriba y pónganse en contacto con las organizaciones que allí se mencionan. Averigüen qué han hecho otros y exploren las opciones que pudieran sugerirles. He mencionado anteriormente al Centro por la Educación Inclusiva Todos Pertenecen (All Belong Center for Inclusive Education). Son personas maravillosas que ya están trabajando con otras escuelas Católicas y Cristianas. Llámenlos y pregúntenles qué les aconsejarían. Si son verdaderamente valientes, podrían comenzar su propia escuela Católica inclusiva, como la familia Michalak en el área de Louisville, KY. El movimiento de educación clásica se está expandiendo como fuego en todo el país, y muchos creen que es la filosofía educativa ideal para la inclusión ya que pone un fuerte foco en el logro individual y no en falsas mediciones de éxito.
Animo también a aquellos que estén interesados en el tema de la educación inclusiva Católica a ponerse en contacto conmigo. Tenemos un pequeño pero creciente grupo de personas interesadas en compartir ideas sobre el tema de las escuelas Católicas inclusivas, y me haría feliz incluirlos en la lista. Pueden escribirme a [email protected].
No existe un tema más importante para las familias que la educación de sus hijos. Los padres Católicos que tienen hijos con discapacidades intelectuales y de desarrollo no necesitan sumarse la ansiedad de preguntarse cómo proteger a sus hijos de escuelas que se han inundado de ideologías que son destructivas para nuestra fe y la formación íntegra de nuestros niños.
La única manera en que crecerán las escuelas Católicas inclusivas es si somos insistentes para que la Iglesia se expanda a partir de sus declaraciones aspiracionales sobre el apoyo a la gente con discapacidad. Podemos hacerlo juntos. Todos nuestros hijos deberían tener la oportunidad de una educación Católica en el nivel de la parroquia o la diócesis local. Los sacerdotes y directores de escuelas tienen buenas intenciones; podrían sólo necesitar un empujón y el apoyo correcto de los padres para que esto suceda.