Amigos, las lecturas del Segundo domingo de Cuaresma me traen a la memoria a mi buen amigo el obispo David O’Connell, que fue asesinado el mes pasado. Fue una de las personas más parecidas a Cristo que he conocido jamás —un hombre de profunda convicción espiritual, con un hondo sentido del poder del Espíritu Santo. Como Abraham, siguió el llamado del Señor desde su tierra natal de Irlanda para servir en los Estados Unidos, trabajando entre los pobres y con miembros de pandillas. Llamó a aquellos que servía, a una vida de oración y transformación espiritual en Cristo, un misterio revelado en el relato del Evangelio de la Transfiguración.
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