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Amigos, el Evangelio de San Juan de hoy es la narrativa maravillosa sobre la Pasión de Cristo.

En la cruz, Jesús se involucró muy de cerca con el pecado (porque allí es donde nos encontramos los pecadores) y permitió que el fuego y la furia del pecado lo destruyeran, incluso mientras nos protegía.

Podemos ver, con especial claridad, por qué los primeros cristianos asociaron al Jesús crucificado con el siervo sufriente de Isaías. Al soportar el dolor de la cruz, Jesús realmente cargó con nuestros pecados; por sus llagas fuimos, de hecho, curados.

Y es por ello que la muerte sacrificial de Jesús es agradable al Padre. El Padre envió a Su Hijo al olvido de Dios, al pantano del pecado y la muerte, no porque se deleitara al ver sufrir a su Hijo, sino porque quería que su Hijo llevara la luz divina al lugar más oscuro.

No es la agonía del Hijo en sí misma lo que agrada a Su Padre, sino la obediencia voluntaria del Hijo al ofrecer su Cuerpo en sacrificio para quitar el pecado del mundo. San Anselmo dijo que la muerte del Hijo restableció la relación correcta entre la divinidad y la humanidad.