Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús les pide a sus discípulos que vayan a Jerusalén y preparen una cena de Pascua.
Algo central en la comida de la Pascua era comer un cordero, que había sido sacrificado recordando los corderos de la Pascua original, y cuya sangre había sido usada para pintar los marcos de las puertas de los israelitas en Egipto. Al hacer su Última Cena una comida de Pascua, Jesús estaba señalando el cumplimiento de la profecía de Juan el Bautista, donde Él mismo sería el Cordero de Dios y el sacrificio definitivo.
Este sacrificio se hace presente sacramentalmente en cada Misa —no por el bien de Dios, que no tiene necesidad alguna, sino por nuestro bien. En la Misa, participamos del acto por el cual la divinidad y la humanidad se reconcilian, y comemos el cuerpo sacrificado y bebemos la sangre derramada del Cordero de Dios.