Amigos, en el Evangelio de hoy el Señor dice a unos líderes judíos que están esclavizados por el pecado y que la verdad los hará libres.
Jesús estaba distinguiendo entre los pecados y el pecado, entre la enfermedad subyacente y sus muchos síntomas. Cuando se le preguntó al Curé d’Ars qué sabiduría había adquirido sobre la naturaleza humana en sus muchos años de escuchar confesiones, respondió: “La gente está mucho más triste de lo que parece”. Blas Pascal apoya su apología del cristianismo sobre el simple hecho de que todos somos infelices. Esta tristeza universal, duradera y obstinada es el pecado.
Ahora, esto no significa que el pecado sea idéntico a la depresión psicológica. Los peores pecadores pueden ser las personas mejor adaptadas psicológicamente, y los santos más grandes pueden ser, de acuerdo a las consideraciones ordinarias, bastante infelices.
Cuando hablo de tristeza en este contexto, me refiero a la profunda sensación de insatisfacción. Queremos la verdad y, si la obtenemos, es en cuentagotas; queremos lo bueno, y lo obtenemos raramente; pareciera que sabemos lo que deberíamos ser, pero en realidad somos otra cosa. Esta frustración espiritual, esta guerra interior, esta debilidad del alma, es el pecado.