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Amigos, en el Evangelio de hoy encontramos la hermosa historia de la curación de un hombre paralítico que había estado enfermo durante treinta y ocho años. Jesús ve al hombre acostado en su camilla, al lado de una piscina, y le pregunta, “¿Quieres curarte?”. El hombre dice que sí, y Jesús responde, “Levántate, toma tu camilla y camina”. Inmediatamente, el hombre es curado.

En ese momento la historia realmente se agita. Notamos algo que aparece con frecuencia en los Evangelios: la resistencia a la obra creadora de Dios, el intento de encontrar cualquier excusa, por débil que sea, para negar la obra, pretender que no ha sucedido, condenarla.

Uno esperaría que todos alrededor del hombre curado se regocijaran, pero sucede todo lo contrario: los líderes Judíos se enfurecen y se frustran. Ven al hombre sanado y la primera reacción es decir: “Es sábado . . . no te es lícito cargar tu camilla”.

¿Por qué son tan reaccionarios? ¿Por qué no quieren que esto suceda así? A los pecadores no nos gustan los caminos de Dios. Los encontramos problemáticos y amenazantes. ¿Por qué? 

Porque menoscaban los juegos de exclusión y opresión en los que confiamos para alimentar nuestros propios egos.

Dejemos entonces que esta historia nos recuerde que los caminos de Dios no son nuestros caminos y que hay alguien más grande que el Sabbat.