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Amigos, nuestro Evangelio de hoy está enfocado en el don del perdón. Es base del Nuevo Testamento, y muy central en la prédica y ministerio de Jesús. Cuando se trata de aquellas ofensas que hemos recibido de otros, somos todos grandes adalides de la justicia. Cuando somos heridos por otro recordamos cada insulto, cada desaire y cada defecto. Por ello, perdonar, aun una o dos veces, resulta tan difícil.

Perdonar siete veces, como sugiere Pedro, está más allá de nuestros límites. Sin embargo, Jesús le dice, “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. En otras palabras, perdona constantemente, incansablemente, sin calcular. Tu vida entera debe convertirse en un acto de perdón.

Y esta es la razón por la que Jesús nos cuenta la parábola en el Evangelio de hoy. El hombre al que se le ha perdonado tanto debería, al menos, demostrar su perdón a aquél que le debe mucho menos.

Aquí está el centro espiritual del tema: cualquier cosa que alguien te deba (en estricta justicia) es infinitamente menos de lo que Dios te ha dado gratuitamente; el perdón divino que recibes es infinitamente más grande que cualquier perdón que podrías ser llamado a ofrecer.

Todo se trata de convertirse en un instrumento de la vida, gracia, perdón y paz de Dios. Permite que fluya a través tuyo lo que se ha vertido dentro tuyo —de eso se trata.