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Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús nos pide “sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso”.

La misericordia o tierna compasión (chesed en Hebreo del Antiguo Testamento) es la característica más distintiva de Dios. San Agustín nos recuerda que, por nuestra propia naturaleza, estamos ordenados a Dios. Pero como Dios es tierna misericordia, “tener” a Dios equivale a ejercer la compasión, siendo nosotros misericordiosos.

Prestemos atención a lo que Jesús nos dice a continuación: “No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den y se les dará”. Según las “leyes físicas” del orden espiritual, cuanto más se vale uno de la vida divina, más se recibe esa vida, precisamente porque es un regalo y es propiamente infinita. La vida de Dios se posee, por así decirlo, sobre la marcha: cuando la recibes en forma de regalo, debes regalarla, ya que solo existe como regalo, y de ese modo luego encontrarás más inundando tu corazón.

Jesús nos está diciendo que, si quieres ser feliz, este amor divino, este chesed de Dios, debe ser central en tu vida; debe ser tu comienzo, tu camino y tu fin.