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Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús nos manda reconciliarnos unos con otros. Quisiera decir algo sobre el papel que tiene el perdón en la reparación de nuestras relaciones rotas.

Cuando estén en oración y se den cuenta que necesitan perdonar a alguien (o ser perdonados por alguien), vayan y háganlo. Vayan a reconciliarse, luego regresen. Es como una regla de la física. Hay algo oculto en el profundo misterio de Dios, y no puedo explicarlo completamente. De alguna manera, si falta en ustedes el perdón, se bloquea el movimiento de Dios en sus personas. Tal vez sea simplemente porque Dios es amor, y aquello que se opone al amor bloquea el flujo del poder de Dios, y la vida de Dios en ustedes.

Una razón por la que no perdonamos es porque sentimos que se nos ha cometido una injusticia y nos ofendemos. Una buena cura para este sentimiento es arrodillarse frente a la cruz de Jesús. ¿Que ven allí? Al inocente Hijo de Dios clavado en la cruz —la injusticia suprema—. ¿Qué hace Jesús? Perdona a sus perseguidores. Mediten sobre esto, y la sensación de ser tratado injustamente se desvanecerá.