Please ensure Javascript is enabled for purposes of website accessibility

Amigos, en este Domingo de Ramos tenemos el privilegio de profundizar en la gran narración de la Pasión del Evangelio de Marcos, donde la realeza de Jesús emerge con gran claridad—y también con gran ironía.

Leemos que al ser llevado ante el Sanedrín, se le pregunta a Jesús si era el “Mesías”, una referencia implícita a David. Cuando Jesús con mucha calma responde, “Yo soy”, el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, porque, ¿cómo podía un criminal encadenado ser el descendiente real de David? Al ser presentado a Pilato, él le hace a Jesús una pregunta funcionalmente similar: “¿Eres tú el Rey de los Judíos?” Nuevamente, la respuesta es suave y afirmativa: “Tú lo dices”. Esto lleva a los soldados a burlarse de Él, colocando una capa púrpura sobre sus hombros y una corona de espinas en su cabeza.

Marcos no quiere que pasemos por alto la ironía de que, precisamente como Rey de los Judíos e Hijo de David, Jesús es implícitamente rey para esos soldados. Porque la misión del rey Davídico es la unificación no sólo de las tribus de Israel, sino también de todo el mundo. Lo que comenzó con David reuniendo las tribus de Israel pronto llega a su fin con el criminal que es elevado en lo alto de la cruz, atrayendo así a todos hacia Sí mismo.