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Amigos, nuestro Evangelio de hoy contiene uno de los resúmenes más bellos y severos del mensaje cristiano: “Yo les aseguro que si el grano de trigo, sembrado en la tierra, no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto”. 

Aquel sobre quien las multitudes habían puesto sus esperanzas estaba ahora hablando de caer en tierra y morir. Y luego el mensaje se vuelve aún más extraño. “El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura la vida eterna”. ¿Cómo? 

Justo cuando estábamos por levantarnos, nos habla sobre caer; y justo cuando nos mostraban que nuestra vida estaba llegando a su plenitud, nos habla de odiar esta vida.  

Para entender todo lo que esto significa, debemos volver al grano de trigo que cae en tierra. La vida de una semilla está dentro de sí misma. Es una vida que crece al darla, que se mezcla con el suelo que la rodea. Y tiene que romperse, y ser destruida, para abrirse. 

La señal de Jesús es el signo de la Cruz. La muerte que conduce a la Transfiguración.