Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús dice a la multitud que la única señal que dará es la de Jonás – la victoria de Su muerte y Resurrección.
Si Jesús hubiera muerto y simplemente permanecido en su tumba, sería recordado (si fuera realmente recordado) como un idealista noble trágicamente aplastado por las fuerzas de la historia. En el primer siglo no había señal más segura de que alguien no era el Mesías que morir en manos de los enemigos de Israel, ya que uno de los puntos centrales del Mesianismo era precisamente la victoria sobre los enemigos.
El hecho que Pedro, Santiago, Juan, Pablo, Tomás y el resto anunciaran por todo el mundo mediterráneo que Jesús era el tan esperado Mesías de Israel, y que estaban dispuestos a morir para defender esta afirmación, es el indicio más certero de que algo monumentalmente importante sucedió con Jesús después de su muerte.
Ese algo fue la Resurrección. Aunque muchos teólogos modernos han tratado de explicar la Resurrección como una fantasía que venía a llenar los deseos de la gente, un símbolo vago o una invención literaria, los escritores del Nuevo Testamento no pudieron ser más claros: este Jesús crucificado, que había muerto y había sido enterrado, apareció nuevamente con vida ante sus discípulos.