Amigos, en nuestro Evangelio de hoy Jesús le dice a la multitud que el Hijo del Hombre recibirá a los justos en el Reino, diciéndoles, “porque estuve hambriento y me dieron de comer, sediento y me dieron de beber, era un forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, encarcelado y fueron a verme”. Desconcertados, los justos le preguntarán cuándo fue que ellos lo hicieron, y Él responde, “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”.
Esta es una evocación poderosa de las enseñanzas de Jesús acerca de la reciprocidad de nuestro amor por Dios y el prójimo. El amor absoluto por Dios no compite con un compromiso radical de amar a nuestros semejantes, precisamente porque Dios no es un ser entre muchos, sino el mismo fundamento de nuestra existencia.
Alguien que vivió mucho el espíritu de esta enseñanza fue Santa Teresa de Calcuta. Un escritor estaba cierta vez conversando con ella buscando las fuentes de su espiritualidad y misión. Al final de su larga charla ella le pidió que extendiera su mano sobre la mesa. Tocando sus dedos uno por uno, le dijo “Tú lo hiciste por mí”.