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Amigos, nuestro Evangelio de Pascua es el relato sorprendentemente conciso de San Juan sobre la Resurrección.

La declaración de Pascua, bien entendida, siempre ha sido y sigue siendo una explosión, un terremoto, una revolución. La fe de la Pascua —claramente demostrada desde los primeros días del movimiento cristiano— es que Jesús de Nazaret, un judío del primer siglo, en los confines al norte de la Tierra Prometida, que había sido brutalmente asesinado por las autoridades romanas, está vivo de nuevo por el poder del Espíritu Santo.

Una vez que hayamos llegado a cierta claridad en la afirmación de la Resurrección en sí misma, podemos comenzar a ver por qué todavía es tan importante. Si la Resurrección es solo un símbolo anodino o una proyección de nuestros deseos, entonces los tiranos no tienen nada que temer. Pero si es un hecho histórico, un acto del Dios vivo en espacio y tiempo, entonces los pecadores tienen una verdadera causa para arrepentirse.Una segunda gran implicancia de la Resurrección es que el Cielo y la tierra se están uniendo. La esperanza del antiguo Israel no era fugarse de una cárcel, no era un escape de este mundo, sino precisamente la unión del cielo y la tierra en un gran matrimonio. Recuerden aquella frase central en la oración que Jesús dejó a Su Iglesia: “Venga a nosotros Tu Reino, hágase Tu voluntad así en la tierra como en el Cielo”. La resurrección corporal de Jesús —“el primero de los que se han quedado dormidos”— es una señal poderosa de que estas dos órdenes se están uniendo.