Amigos, el Evangelio de hoy nos habla acerca de aquellas mujeres que fueron las primeras testigos de la Resurrección.
Jesús entra al reino de la muerte y trae a ese lugar oscuro la luz de Dios, más aún, trae el poder de Dios, y con este poder, rompe el control que la muerte tiene sobre nosotros. En el lenguaje de los Padres de la Iglesia, Jesús ha atado y derrotado al diablo, liberándonos así de quien nos retenía del rescate.
Así, la Resurrección de Jesús es una declaración de victoria sobre este terrible poder. En todos los relatos del Evangelio se hace mención de la enorme piedra rodada en la entrada de la tumba de Jesús. Esto parece representar la terrible finalidad de la muerte, la irreverente y densa realidad. Parece ser ese poder que nunca se puede contrarrestar o ganar. Pero en la victoria de Jesús, esa piedra es removida sin esfuerzo.
El poder que nos retenía ha sido derrocado. La nube oscura que se había extendido sobre nuestras vidas, volviéndose hacia nosotros mismos y hacia afuera con violencia, ha sido eliminada. Entonces podemos, junto con San Pablo, burlarnos del antiguo señor del mundo: “¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón?”.