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Amigos, el Evangelio de hoy celebra la Transfiguración.

Cristo vino no solo para hacernos personas agradables o moralmente rectas, sino para darnos una parte de su vida divina; para convertirnos en habitantes del Cielo, personas capaces de vivir en ese nuevo entorno.

¿Qué es lo que brinda esta convicción de vida a los primeros cristianos? La respuesta es la Resurrección, y la gran anticipación de la Resurrección es la Transfiguración. De alguna manera el Jesús ordinario se transformó, se elevó, realzó su forma de ser.

Lo primero que notamos es que su apariencia se volvió más bella. Estos cuerpos, un tanto miserables, están entonces destinados a la belleza transfigurada y elevada.

En segundo lugar, en su estado transfigurado, Jesús trasciende espacio y tiempo, ya que está hablando con Moisés y Elías. En este mundo, estamos atrapados en el espacio y el tiempo, pero en el Cielo viviremos el eterno ahora de la vida de Dios.

¿Alguna vez has notado que aunque apreciamos todo lo maravilloso de esta vida, nunca estamos plenamente en nuestro hogar? Hay una inquietud permanente en la vida humana. Pero nos espera una vida más alta, más rica, más bella y espiritualmente más plena.