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Amigos, en nuestra lectura del Evangelio de hoy vemos que la señal principal del Espíritu Santo es el amor. La noche antes de morir, Jesús les contó a sus amigos las verdades más profundas. Él habló de Sí mismo, de Su Padre y del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo es el amor que conecta Padre e Hijo. Desde toda la eternidad, Él es el soplo de aire entre Padre e Hijo, y por lo tanto no es más que amor. Por lo tanto, cuando viene a habitar en ti y en mí nos dirige hacia el camino del amor. “Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes. El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre”.

Dios ha creado un universo dinámico, yendo incansable e implacablemente hacia una meta, y esa meta nos ha sido revelada en Cristo: la participación en el amor del Padre y el Hijo.  Por lo tanto, si deseamos conocer el reino de las criaturas en toda su complejidad y multiplicidad, tanto en su idas y vueltas, debemos sumergirnos en la corriente del Spiritus Sanctus.