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Amigos, la oración de Jesús en el Evangelio de hoy resume su maravillosa labor en el momento que está a punto de regresar al Padre. 

Jesús fue, en su misma persona, el encuentro del cielo y la tierra. Dios y la humanidad se unieron en él, y todo su ministerio fue la expresión exterior de esa identidad interior. Al llamar a Israel a la unidad, invitar a los pobres a compartir la mesa, sanar a los enfermos del cuerpo y corazón y encarnar el camino del perdón y el amor, Jesús estaba llevando la voluntad y propósito de Dios a la tierra.

Ahora, en la Pasión y muerte, Jesús trae el cielo a la tierra. Lleva la luz divina a los lugares más oscuros de la condición humana —el odio, la crueldad, la violencia, la corrupción, la estupidez, el sufrimiento y la muerte misma— y los transforma. Y la prueba de que el cielo puede transformar la tierra es, por supuesto, la Resurrección.

Ahora sabemos que la crueldad, el odio, la violencia, el miedo, el sufrimiento y la muerte no son las fuerzas más poderosas del mundo. Ahora sabemos que el amor divino es más poderoso. El reino de Dios, en principio, ha derrotado a los reinos del mundo, que prosperan y, a su vez, producen esas mismas condiciones negativas.