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Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús les dice a sus discípulos que ellos lo abandonarán, pero que no estará solo porque el Padre está con Él. Y luego los alienta: “Les digo esto para que encuentren la paz en Mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: Yo he vencido al mundo”.

En la figura de Jesús de Nazaret, lo divino y lo humano se han unido de manera salvífica, y esta reconciliación es el Reino de Dios esperado. Aunque hay muchos temas en las Escrituras hebreas, hay uno que aparece de modo consistente y persistente: el deseo apasionado y doloroso de liberación, el clamor del corazón hacia un Dios del que la gente se siente alejada. Si solo se terminara el poder de la rebelión y el pecado y se restableciera la amistad de Dios y los seres humanos, entonces reinaría la paz, el shalom y el bienestar generalizado.

Lo que Jesús anuncia en su primer sermón en las colinas de Galilea, y lo que demuestra a lo largo de su vida y ministerio, es que este gran deseo de los antepasados, esta esperanza contra toda esperanza, esta unión íntima de Dios y la humanidad, es un hecho consumado, algo que se puede ver, escuchar y tocar.