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Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús dice que el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en  nombre de Cristo, enseñará todo a sus discípulos. El Espíritu Santo es el amor que comparten el Padre y el Hijo. Nosotros tenemos acceso a este Sagrado Corazón de Dios solo porque el Padre envió al Hijo al mundo, a nuestra disfuncionalidad, incluso llegando a los límites del abandono por Dios, y así reunió a todo el mundo en el dinamismo de la vida divina.

Los que viven en Cristo no están fuera de Dios como mendigos o suplicantes; más bien, están en Dios como amigos, partícipes en el Espíritu. Y esta vida espiritual es lo que nos da el conocimiento de Dios —un conocimiento desde adentro—.

Cuando los grandes maestros del cristianismo hablan de conocer a Dios, no usan el término en un sentido distanciado o analítico; lo utilizan en el sentido bíblico, lo que implica conocimiento a través de una intimidad personal. Esta es la razón por la cual San Bernardo de Clairvaux, por ejemplo, insiste en que los recién iniciados en la vida espiritual conozcan a Dios no solo a través de libros y conferencias, sino a través de la experiencia, de la misma manera en que un amigo conoce a otro. Este conocimiento es lo que facilita el Espíritu Santo.