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Amigos, en el Evangelio de hoy vemos a Jesús echando a los vendedores del Templo. ¿Qué significaba para un profeta de provincia entrar en la ciudad santa de Jerusalén y hacer un alboroto en el Templo? Bueno, probablemente puedas imaginarte. Para empeorar las cosas, Jesús va a decir algo que es tan impactante como sus acciones. Él dice: “Destruid este Templo, y en tres días lo levantaré”. No es de extrañar que fuera precisamente este acto el que condujo a su crucifixión.

Entonces, ¿qué estaba haciendo y por qué? Primero, al mostrar Su Señorío incluso sobre este símbolo tan sagrado, estaba anunciando quién era. A lo largo de los Evangelios, Jesús actúa en la persona de Dios. En segundo lugar, estaba instituyendo un nuevo templo, que es el templo de Su Cuerpo crucificado y resucitado. Jesús mismo es el lugar donde Dios habita, y nosotros, en la medida en que estemos insertados en Él, somos templos del Espíritu Santo. Jesús está juzgando las formas inadecuadas y corruptas de la religión humana y establece una nueva y eterna alianza, el nuevo templo, en su propia persona.