Amigos, el Evangelio de hoy nos trae la parábola de la higuera que no da fruto.
Esto es algo usual en la literatura teológica de Israel: el árbol que no da fruto evoca la persona moral que no produce fruto espiritual. Cada persona tiene una misión: ser conducto de la gracia divina en el mundo. Como planta enraizada en Dios – piensen en la imagen de la vid y las ramas de Jesús – estamos destinados a producir frutos del amor, la paz, la compasión, la justicia, y la no violencia.
Y ello no debería realizarse con esfuerzo. Cuanto más nos acercamos a Dios, nos volvemos más llenos de vida. Pero el misterio del pecado es que resiste la invasión de Dios; preferimos seguir nuestro propio camino; aferrarnos a nuestras propias prerrogativas y nuestra propia y estrecha libertad. Y el resultado es que nos falta vida. Sentimos como una depresión, como si la vida no llegase a ningún lado; en el lenguaje de Dante, es como estar “perdido en un bosque oscuro”.
En la parábola de Jesús, el viñador le ruega al propietario una oportunidad más de abonar el árbol y cavar a su alrededor, con la esperanza de hacerlo volver a la vida. Pero si esa vida no llega, el árbol será cortado. Este es un signo de urgencia que se repite una y otra vez en la Biblia. Podemos quedarnos sin tiempo. Podemos volvernos tan resistentes a la gracia de Dios que nuestras hojas se vayan secando. Esto no es una venganza divina; es algo de física espiritual.
¡Así que no tengas miedo de Dios! Ríndete a Él.