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Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús afirma su deseo de vida eterna para los seres humanos. “Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!”

¿Qué es ese fuego? Su precursor, Juan, nos da una pista: “Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo…Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego”. Jesús vino a incendiar el mundo con el calor y la luz del Espíritu Divino, que no es otro que el amor compartido entre el Padre y el Hijo, la misma vida interior de Dios.

Jesús es profeta porque enseña; es rey porque ordena y dirige el rebaño; pero es sacerdote porque reparte el fuego sagrado. Cada uno de los bautizados participamos del sacerdocio de Cristo y, por tanto, estamos obligados a ser conductos de santidad, portadores de vida divina, esparcidores del fuego que enciende el mundo.