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Amigos, después que Jesús nombra a los doce Apóstoles en el Evangelio de hoy, realiza la curación de una multitud de personas. Y esa multitud representa a nosotros, porque todos estamos con la necesidad de ser tocados y sanados por el Salvador.

Estamos hechos para amar y estar conectados, para la justicia y la no-violencia, pero en cada instancia y de muchos modos somos llevados en la dirección del odio, la separación, la injusticia, y la violencia. Estamos, como decía San Agustín, errantes en la tierra de las desemejanzas y bajo la sujeción del libido dominandi. El filósofo contemporáneo René Girard nos recuerda que todos nuestros arreglos sociales están marcados por la opresión y el chivo expiatorio.

La raza humana está bien caracterizada como una familia espiritual disfuncional, ya que todos llevamos una marca de nacimiento por los efectos del pecado. El pecado ha encontrado caminos dentro de cada uno de los aspectos de la vida humana, institucionalmente y en las personas. Seríamos desesperanzadamente inocentes si creyéramos otra cosa.

Y entonces necesitamos no sólo un filósofo o un teórico social o un activista político o un héroe militar, sino un Salvador, alguien que pueda romper nuestra disfuncionalidad desde afuera y sanarnos.