Amigos, en nuestro Evangelio de hoy el Señor propone uno de los desafíos más grandes, una especie de “bofetada en la cara”. “Si alguien viene a Mí sin odiar a su padre y a su madre . . . e incluso a su propia vida, no puede ser Mi discípulo”.
Hay un gran principio espiritual subyacente en todo el Evangelio: el desapego. El centro de la vida espiritual es amar a Dios y luego amar a todo lo demás por el bien de Dios. Pero nosotros pecadores, como dijo San Agustín, caemos en la trampa de amar a la criatura y olvidar al Creador. Entonces es cuando salimos de nuestro carril.
Cuando tratamos a algo que es menos que Dios como si fuera un Dios – entonces se produce un problema. Y esta es la razón por la cual Jesús les dice a los seguidores que tienen una elección muy dura a realizar. Jesús debe ser amado primero y último, y todo lo demás en sus vidas tiene que encontrar su significado con relación a Él.
En un modo muy típico semita, hace hincapié a través de la cruda exageración: “A menos que odies a tu madre y padre, esposa e hijos, hermanas y hermanos. . .” Bueno, claro que sí, pero odiarlos en la medida en que se hayan convertido en dioses para tí. Porque precisamente es en esa medida en la que son peligrosos.