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Amigos, el Evangelio de hoy nos trae la conversación de Jesús con Nathaniel (luego identificado con el Apóstol Bartolomé), quien realiza la primer profesión de fe del Nuevo Testamento en la divinidad de Cristo: “Maestro, Tú eres el hijo de Dios”. La fe es la virtud sobre la cual descansa el cristianismo y es la capacidad de ver más allá de los sentidos una realidad más profunda o más elevada.

Hay una ilusión de fe en la parábola de la cueva de Platón donde vemos que un hombre escapa de la caverna en la cual estuvo viendo sólo sombras intermitentes sobre la pared. Cuando emerge de la oscuridad, está cegado por la intensidad de la luz del sol. Y cuando sus ojos se ajustan entonces vislumbra un nuevo mundo en profundidad y color.

De manera similar, el cristianismo sostiene que la revelación de Dios nos lleva más allá de lo que podemos saber y nos introduce en una dimensión del ser que vibra a un tono más alto. Ser una persona de fe es saber que el universo de los sentidos no es más que la punta del iceberg, una puerta de entrada. Y así resistir la idolatría del racionalismo de la Ilustración, que nos dice que solo la superstición y el oscurantismo están más allá de lo que los seres humanos podemos medir.