Amigos, nuestro Evangelio de hoy nos presenta con una pregunta que la gente ha venido haciendo desde tiempos inmemoriales y que todavía preguntan hoy: “Señor, ¿se salvarán solo unas pocas personas?”. Cielo, infierno, salvación, condenación, ¿quién estará dentro y quién fuera? Hemos estado fascinados con estas preguntas por mucho tiempo.
Esto es lo que recomendaría para abordar este problema: la doctrina concerniente al infierno es un corolario de dos verdades muy fundamentales, a saber, que Dios es amor y que somos libres. El amor (desear el bien del otro) es todo lo que Dios es. Él no entra y sale del amor; no cambia de opinión; no ama a algunos y a otros no. Él es realmente como el sol que brilla sobre los buenos y malos por igual, tal como figura en las palabras de Jesús.
Ningún acto nuestro puede hacer que deje de amarnos. En este sentido, Él es como el mejor de los padres. Sin embargo, somos libres. No somos marionetas de Dios, y por lo tanto podemos decir sí o no a Su amor. Si nos volcamos hacia ese Amor, nos abrimos como un girasol; si nos alejamos, nos quemamos.