Amigos, en el Evangelio de hoy, escuchamos acerca del propietario que sale a contratar trabajadores para su campo. Algunos son contratados a primera hora de la mañana y luego otros a diferentes horas del día. Y se les paga a cada uno el mismo jornal. ¿Por qué los que han trabajado sólo una hora reciben el mismo jornal que los que han trabajado duro bajo el sol todo el día? ¿Es el propietario realmente injusto?
Quizás el propietario vió algo que los primeros trabajadores no vieron. Tal vez vió, compasivamente, lo terrible de aquellos que pasaba el día esperando trabajo para alimentar a sus familias, aquellos marcados por la ansiedad y la sensación de fracaso. O tal vez sabía que eran más pobres, estaban más desesperados, eran menos dotados. Tal vez sabía que necesitaban un poco más de aliento.
He aquí una segunda perspectiva de esta misteriosa historia: Los pecadores somos muy susceptibles a comprender nuestra relación con Dios de un modo centrado en recompensa. Si haces esto puedes tomar aquello; entonces sería mejor que hagas esto. Pero este entendimiento es muy poco maduro.
Hemos sido invitados a trabajar en la viña del Señor. Este es el mayor privilegio imaginable, participar de la obra salvífica del Señor en el mundo. ¿Por qué deberíamos preocuparnos de las recompensas? ¡Y qué liberador sería esto! No pasaríamos nuestras vidas inquietos, molestos, preocupándonos y comparando. Podríamos vivir.