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Amigos, hoy celebramos la fiesta de Santa María Magdalena, quien fue la primera testigo de la Resurrección de Cristo y anunció esta noticia a los Apóstoles.

De hecho, la declaración de la Pascua, bien entendida, siempre ha sido y sigue siendo una explosión, una gran sacudida, una revolución. Porque la fe de la Pascua es que Jesús de Nazaret, que había sido brutalmente asesinado por las autoridades romanas, está vivo nuevamente por el poder del Espíritu Santo y no en un sentido metafórico.

Que la Resurrección es un recurso literario o un símbolo que mantiene la causa de Jesús es una fantasía nacida en los salones de las universidades occidentales durante los últimos dos siglos. La afirmación, aún hoy sorprendente, de los primeros testigos es que Jesús resucitó corporalmente de la muerte, presentándose a sus discípulos para ser visto, e incluso tratar con Él.

La esperanza del antiguo Israel era la unificación del Cielo y la tierra en un gran matrimonio. Recuerden aquella parte central de la Oración del Señor: “Venga a nosotros tu Reino, hágase Tu voluntad, así en la tierra como en el Cielo”. La resurrección corporal de Jesús es una señal poderosa de que los dos órdenes, Cielo y tierra, de hecho se están uniendo.