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Amigos, nuestro Evangelio de hoy es acerca de la parábola del trigo y la cizaña. Dios siembra la buena semilla, Su palabra, Su amor y compasión, pero este proyecto encuentra oposición. Y el mal es tal que se mezcla en el mismo tejido del bien.

En teología clásica se habla del mal como una privatio boni, una privación de lo bueno. Esto significa que el mal siempre y en todas partes es un parásito del bien. Y como un parásito vive del cuerpo sano (y por lo tanto lo debilita), así el mal moral vive del alma buena, de la sociedad buena, de la Iglesia buena (y los debilita).

¿Cuál es el resultado? Es excepcionalmente difícil sacar al mal de lo bueno sin dañar lo que es bueno. Por ello es extremadamente difícil —y a menudo contraproducente— ir tras estos males con el espíritu de las cruzadas.

Ciertamente algunos males simplemente deben abordarse —en ese momento, sin preguntas, sin vacilaciones. Pero hay otros males (y son males de verdad) que es mejor dejarlos solos por el momento, no sea que se haga más daño en el proceso de extraerlos.