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Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús nos aconseja la disciplina esencial de la oración, el ayuno y la limosna. Concentrémonos en el ayuno y la limosna.

Los apetitos por la comida y la bebida son tan apremiantes, tan elementales, que a menos que sean enfocados y disciplinados simplemente se harán cargo del alma. Son como niños que claman constantemente por atención y que, si uno lo permite, en poco tiempo dirigen la casa.

Por lo tanto, si queremos despertar la pasión por Dios los deseos más urgentes deben ser silenciados, y este es el propósito del ayuno. Pasamos hambre y sed para poder sentir el hambre y la sed más profundas. En cierto modo, el ayuno es como una “calma de la mente” efectuada por el rosario: ambos son medios para aquietar la mente superficial que se mueve entre una preocupación y otra.

Pero la comida y la bebida no son los únicos objetos del deseo concupiscente. Las cosas materiales y la riqueza también están siempre listas para sustituir la pasión por Dios. Por lo tanto, ayunar también de lo que el dinero puede comprar es una práctica importante. Muy frecuentemente Jesús recomienda que sus discípulos den a los pobres, y con la misma frecuencia toda la tradición cristiana ha enfatizado la entrega de limosnas.