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Amigos, en el Evangelio de hoy, que es sobre el Sermón de la Montaña, el Señor prohíbe el divorcio.

¿Hay alguna descripción mejor sobre el sexo en alguna parte de la literatura del mundo que esta  provocativa frase, “Y los dos no serán sino una sola carne?” En el contexto judío la carne llevaba el sentido de toda la persona. Por lo tanto, la unión sexual está destinada a ser una unión a todo nivel.

Un esposo le dice a su esposa: “Mi vida ya no se trata de mí, se trata de tí y de los hijos que tendremos”. Y la esposa le dice lo mismo a su esposo: “Mi vida ya no es mía; te pertenece a ti y a nuestros hijos”.

Algunos podrían haber esperado que Jesús tuviese una enseñanza suave o relativa sobre el divorcio, pero más tarde en el Evangelio de Mateo dice con firmeza: “Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”. El esposo y la esposa, que se convierten en una sola carne, se unen, no solo por su mutua atracción sino por Dios. La unión es un ingrediente en los propósitos de Dios. Y es por ello que no se puede deshacer. Dios no vuelve atrás con sus palabras.