Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús nos dice que no ha venido a abolir la Ley, sino a cumplirla. Mateo nos cuenta que Jesús subió a una montaña, se sentó y comenzó a enseñar, recordando a Moisés, quien había subido al Monte Sinaí para recibir los Diez Mandamientos de Dios.
Por lo tanto, Jesús se presenta aquí como el Nuevo Moisés que promulgará la Ley definitiva desde esa montaña en Galilea. Me doy cuenta que esto plantea de inmediato un problema para los lectores contemporáneos, que se sienten desanimados por una religión que conlleva leyes, normas y prohibiciones. Un ingenioso irlandés resumió alguna vez el catolicismo que le enseñaron con esta frase: “¡Al principio era la palabra, y la palabra era no!”.
Dado que los Diez Mandamientos han sido honrados aunque no siempre acatados, ¿por qué alguien pensaría que es una buena idea introducir leyes nuevas y más estrictas? Pero luego prestamos atención a la primera palabra que sale de la boca del Legislador: “Bendito”, “Feliz”. La ley que ofrece el Nuevo Moisés es un patrón de vida que promete hacernos felices.