Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús les dice a sus seguidores que sean sal y luz, exhortándolos a evangelizar la cultura de la sociedad.
El tema del llamado “discurso inaugural” de Jesús es acerca de la conversión: “El Reino de Dios está cerca. Arrepiéntete y cree en el Evangelio”. Y en sus últimas palabras el tema es la misión: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos”. La vida cristiana se vive en medio, y bajo el condicionamiento, de estos dos imperativos.
Habiendo sido cautivados por la belleza de la Revelación, la única respuesta adecuada es un cambio de vida y el compromiso de convertirnos en misioneros en nombre de lo que hemos visto. La tradición bíblica nunca presenta una visión o experiencia de Dios para edificar a la persona involucrada, más bien se brinda por el bien de la misión. Moisés, Jeremías, Isaías, Pedro y Pablo son visionarios porque también son misioneros.
Cuando no se proclama a Jesús crucificado y resucitado, surge un catolicismo pálido y poco amenazante, un sistema de pensamiento que es, en el mejor de los casos, eco de la cultura del momento. Peter Maurin, uno de los fundadores del Movimiento de los Trabajadores Católicos, dijo que la Iglesia había puesto su propia dinamita en contenedores cerrados herméticamente y se había sentado sobre la tapa.