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Amigos, en el Evangelio de hoy Lucas nos cuenta acerca de los padres de Juan el Bautista. Vemos claramente que Juan es una figura sacerdotal. Zacarías, su padre, era sacerdote del Templo, e Isabel, su madre, era descendiente de Aarón, el primer sacerdote.

Ahora, nos adelantamos treinta años y vemos a Juan que surge en medio del desierto. La primera pregunta es: “¿Por qué este hijo de sacerdote no trabaja en el Templo?” La segunda es: “¿Por qué la gente sale de Jerusalén para estar en comunidad con él?” La primera respuesta es que él es parte de una crítica profética a un Templo que ha dejado de ser bueno. Y la segunda respuesta es que está realizando actos de sacerdote purificado del Templo en el desierto. El bautismo que realizaba era una limpieza ritual y un estímulo para arrepentirse, precisamente lo que un judío piadoso habría buscado yendo al Templo.

Y esta imagen se completa cuando Jesús llega para ser bautizado, y Juan dice: “He aquí, el Cordero de Dios”. Estas son palabras explícitas del Templo. Él está diciendo que ha llegado quien va a ser sacrificado. Él es el cumplimiento del sacerdocio, el Templo y el sacrificio. La figura sacerdotal ha hecho su trabajo, y ahora debe desvanecerse.