Amigos, nuestro Evangelio de hoy nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre la gran oración que Jesús nos enseñó. Piensen cómo esta oración nos conecta con las grandes personalidades de la historia del cristianismo, desde Pedro y Pablo a Agustín, Tomás de Aquino, Francisco de Asís, John Henry Newman, G.K. Chesterton, Juan Pablo II, y hasta hoy día.
El deseo de rezar está dentro nuestro, plantado en lo más profundo. Esto quiere decir que hay un deseo de hablar con Dios y de escucharlo. Tengamos en cuenta que el rezar no está orientado a cambiar lo que Dios tiene en mente o decirle algo que no sabe. Dios no es como un gran jefe de la ciudad o un gran señor de un palacio a quién tenemos que persuadir. Sino que es Aquel que nada necesita más que darnos cosas buenas—a pesar de que no siempre es lo que nosotros queremos—.
¿Pueden ver cómo esta oración nos ordena correctamente? Debemos poner primero el santo nombre de Dios, esforzarnos en hacer Su voluntad sobre todas las cosas y en todo momento, fortaleciéndonos con la comida espiritual porque si no desvanecemos, debemos ser instrumentos del perdón, y ser capaces de resistir las fuerzas del mal.