Amigos, en nuestro Evangelio de hoy Jesús realiza la curación de un hombre que tenía la mano paralizada. Muchas veces he mencionado que tendemos a domesticar a Cristo, reduciéndolo a un gurú o maestro, un guía espiritual entre muchos. Pero esto es violentar la lectura del Evangelio, que lo presenta no sólo como un maestro sino como Salvador.
Me doy cuenta que nuestra cultura milita contra el cristianismo, porque incesantemente enseña la ideología de la autoestima y la auto-afirmación: “Yo estoy bien y tú estás bien. ¿Quién eres tú para decirme cómo comportarme?”
Pero este tipo de actitud —cualquiera sea el valor que tenga política o psicológicamente— es simplemente adversa al cristianismo bíblico. La visión bíblica es que, a través del abuso de nuestra libertad, nos hemos metido en una amarradura imposible. El pecado nos arruina de un modo tan fundamental que nos convertimos en disfuncionales. Hasta que verdaderamente no experimentemos el estar perdidos y desamparados, no apreciamos quién es Jesús y qué significa.
Jesús es alguien que nos ha rescatado, nos ha salvado, ha hecho algo que nosotros jamás podríamos hacer, ni aún en principio, por nosotros mismos.