Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús manifiesta la preocupación de Dios por los niños: “El Padre que está en el cielo no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños”.
Después de completar su noviciado en Darjeeling, la Madre Teresa hizo votos temporales y comenzó a enseñar en la escuela del convento local y a trabajar parte de su tiempo como asistente en un pequeño hospital.
Cierta vez, un hombre llegó al hospital con un bulto del que sobresalía lo que parecían ser unas pequeñas ramas. Cuando Teresa miró más de cerca vio que eran las piernas esqueléticas de un niño, ciego y casi muerto. El hombre le dijo a la hermana menor que, si ella no se quedaba con el niño, lo arrojaría a los chacales.
En su diario, Teresa continúa la historia: “Con mucha piedad y amor, tomé al pequeño en mis brazos y lo cubrí con mi delantal. El niño ha encontrado una segunda madre”. Y entonces se da cuenta del siguiente pasaje: “El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a Mí”. Esta es la clave de la madura y práctica espiritualidad de la Madre Teresa: al servir al que sufre y a los más pobres de entre los pobres, está sirviendo a Cristo.