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Amigos, el Evangelio de hoy muestra a Jesús expulsando al espíritu inmundo del endemoniado geraseno. Lo que vemos aquí es una clara muestra de Jesús hacedor de milagros.

Los pensadores modernos han tendido a desconfiar de toda esta dimensión. Por ejemplo, Thomas Jefferson tomó una navaja y cortó las páginas de los Evangelios que contenían lo sobrenatural—milagros, exorcismos, etc. El problema, por supuesto, fue que tuvo que hacer muchos recortes en el Evangelio de Marcos, pues está repleto de estos eventos.

Un contemporáneo de Jefferson, el gran filósofo moderno David Hume, escribió un texto poderosamente influyente en contra de los milagros. Afirmó que una vez que se establecieron las leyes de la naturaleza, los milagros eran, estrictamente hablando, imposibles. Los relatos de ellos, concluye Hume, fueron el resultado de ilusiones de personas primitivas.

Pero, aunque Dios deje que el universo corra de acuerdo con sus ritmos y patrones naturales, ¿qué puede evitar que Dios moldee e influya ocasionalmente en el universo de manera notable, para mostrar Su propósito y presencia?