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Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús nos cuenta la parábola del sembrador.

En esta famosa historia del sembrador, a menudo nos centramos en los diferentes tipos de suelo y los aplicamos simbólicamente a nosotros mismos. Ahora, no hay nada de malo en esta interpretación, pero creo que pasa por alto lo que estaba en el corazón de la parábola de Jesús.

Centremos nuestra atención en este sembrador absolutamente loco. Imagínense una multitud de campesinos escuchando esta parábola: un hombre sale a sembrar y arroja semillas por el camino, en suelo pedregoso, en suelo espinoso y finalmente en buen suelo. Los que primero escucharon esta historia habrían intercambiado miradas con ojos incrédulos ante la ridícula actitud de este granjero.

Esa fue precisamente la reacción que Jesús buscaba. Porque Dios es como este granjero loco, que siembra la semilla de su Palabra y su Amor, no solo en un suelo receptivo, no solo para quienes responderán, sino también en el camino, en las rocas y entre las espinas, derramando generosamente su Amor en aquellos que tienen menos posibilidades de responder. El amor de Dios es irracional, extravagante, vergonzoso, completamente exagerado.