Amigos, el Evangelio de hoy narra el testimonio de Juan el Bautista acerca de Jesús.
Una de las primeras definiciones del Bautismo es vitae spiritualis ianua, lo que significa “puerta a la vida espiritual”. Entender el significado completo de esto es comprender algo realmente decisivo sobre el cristianismo.
El cristianismo no se trata principalmente de “convertirse en una buena persona” o “hacer lo correcto”, o la famosa frase de Flannery O’Connor, “tener un corazón de oro”. Seamos sinceros: cualquiera —pagano, musulmán, judío, no creyente— puede ser cualquiera de estas cosas.
Ser cristiano es injertarse en Cristo y, por lo tanto, ser arrastrado a la dinámica misma de la vida interior de Dios. Nos convertimos en un miembro de Su Cuerpo Místico, compartiendo Su relación con el Padre.
Es muy importante que seamos bautizados “en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo”. Porque el Bautismo nos conduce a la relación entre el Padre y el Hijo, es decir en el Espíritu Santo. El bautismo, por lo tanto, tiene que ver con la gracia: nuestra inserción, a través del poder del amor de Dios, a la vida de Dios.