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Amigos, el Evangelio de hoy relata el nacimiento de Juan el Bautista y el momento cuando le ponen su nombre. Zacarías el padre de Juan quedó enmudecido después de la visión en el santuario, pero escuchamos que “en ese momento [nacimiento] a Zacarías se le soltó la lengua, recobró el habla y empezó a bendecir a Dios”. Lo que sigue a este pasaje es el maravilloso Cántico de Zacarías, que coloca a Jesús y a Juan en el contexto de la gran historia de Israel. Hoy me gustaría explorar dos líneas de esa gran oración.

 El Dios de Israel, reza Zacarías, “ha visitado y redimido a su pueblo”. Esto es lo que Dios siempre quiere hacer. Él odia el hecho de que nos hayamos esclavizado por el pecado y el miedo y, por lo tanto, quiere liberarnos. El evento central del Antiguo Testamento es un evento de liberación de la esclavitud. Somos, al ser pecadores, esclavizados por nuestra soberbia, nuestra ira, nuestros apetitos, nuestra gula, nuestra lujuria —todo lo que nos ata y no nos permite ser las personas que queremos ser. 

Zacarías continúa: “Y ha suscitado para nosotros el poder salvador en la casa de David su siervo”. Dios llevará a cabo una liberación a través de instrumentar un Salvador poderoso. Esto debe leerse en el contexto de la larga historia de lucha militar de Israel contra sus enemigos. Un gran guerrero ha venido, y es de la casa del más grande soldado de Israel, David. Dios ha prometido que Él pondría un descendiente de David en el trono de Israel para toda la eternidad, y Zacarías está profetizando que esto ocurrirá.