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Amigos, el Evangelio de hoy cuenta la maravillosa historia de la Visitación. En la Anunciación, el ángel le dijo a María que el hijo que concebiría en su seno sería el nuevo David. Con la magnífica profecía aún resonando en sus oídos, María emprende viaje para visitar a su prima Isabel, que está casada con Zacarías, un sacerdote del templo. 

A ningún judío del primer siglo se le hubiera escapado la importancia de residir en un “país montañoso de Judá”. Allí es precisamente donde David encontró el Arca, mensajera de la presencia de Dios. A ese mismo país montañoso llega María, la definitiva Arca de la Alianza. 

Isabel es la primera en proclamar la plenitud del Evangelio: “¿Cómo es que la madre de mi Señor viene a mí?” — El Señor es lo mismo que decir el Dios de Israel. María trae a Dios al mundo, haciéndolo así, al menos en principio, un templo. 

Y luego Isabel anuncia que al escuchar el saludo de María “El niño saltó de alegría en mi seno”. Este es el no nacido Juan el Bautista haciendo su propia versión de la danza de David delante del Arca de la Alianza, su gran acto de alabanza al Rey.