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Amigos, en el Evangelio de hoy se nos dice que Juan “fue enviado de Dios”. El Bautista vino, nos dice el evangelista, “como testigo, para dar testimonio de la luz”, porque él mismo no era la luz.

Desde tiempos inmemoriales, Dios ha enviado mensajeros, portavoces. Piense en todos los profetas y patriarcas de Israel; de hecho, en cada sabio, filósofo, artista o poeta que haya comunicado algo de la verdad y belleza de Dios. Todos ellos podrían caracterizarse como testigos de la luz.

La cuestión es que aquel de quien el Bautista da testimonio es alguien cualitativamente diferente – no un portador más de la Palabra, por impresionante que sea, sino que es la Palabra misma. Lo que se está impidiendo aquí es la tendencia –tan prevalente hoy como en el mundo antiguo– de domesticar a Jesús y convertirlo en uno más de una larga línea de profetas y videntes.