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Amigos en el Evangelio de hoy Jesús dice: “Yo haré todo lo que ustedes pidan en mi Nombre, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si ustedes me piden algo en mi Nombre, Yo lo haré”.

Cuando oramos en el nombre de Jesús, confiamos en Su intimidad con el Padre, confiamos que el Padre escuchará a Su Hijo que suplica en nuestro nombre. En la carta a los hebreos, leemos que Jesús, igual a nosotros en todas las cosas menos en el pecado, es un compañero que sufre con nosotros y ha entrado como abogado nuestro en la corte celestial. Arriesgando una comparación cruda, es como si Jesús fuera nuestro hombre en el gobierno, un representante nuestro en un lugar de poder.

Eso sí, esta analogía se rompe en la medida en que el Padre no debe ser interpretado como un poder ejecutivo renuente y distraído, molesto por las pequeñas apelaciones de sus electores, intervenidas por un persistente lobbista. Para el autor de la carta a los hebreos, Jesús se ha convertido en nuestro abogado, precisamente porque el Padre quiso que Él asumiera ese rol por nosotros; por lo tanto el Padre se deleita al escuchar nuestro llamado a través de Su Hijo.